Un proyeccionista de Nueva Zelanda guardaba en su jardín las primeras películas de John Ford y Alfred Hitchcock.
Cuando el propietario de la finca, Jack Murtagh, murió en 1989, su nieto, Tony Osborne, se encontró en la choza del jardín con cientos de rollos de películas antiguas, almacenadas sin orden ni concierto. Decidió entonces ceder todo ese confuso tesoro al Archivo Cinematográfico de Nueva Zelanda. En 1993, los investigadores descubrieron entre aquellos rollos la única copia conocida de 'Upstream', un insólito drama rodado en 1927 por uno de los mejores directores de la historia, John Ford. Y hace un año anunciaron la sorprendente aparición de los tres primeros rollos de 'The white shadow', uno de aquellos iniciales balbuceos cinematográficos de sir Alfred Hitchcock.
¿Cómo acabaron todas aquellas películas en ese rincón del mundo, a casi 11.000 kilómetros de Hollywood? ¿Y por qué han sobrevivido? En aquellos tiempos, las grandes productoras enviaban varias copias de sus películas para su exhibición en otros países. Los largometrajes, rodados en películas de nitrato, viajaban por Europa, Asia... y acababan en Nueva Zelanda. En los años veinte, casi nadie se atrevía a ver el cinematógrafo como un arte perdurable; era un entretenimiento pintoresco, una simple curiosidad tecnológica. Así que los rollos llegaban a Nueva Zelanda, última etapa de su gira internacional, y nadie sabía muy bien qué hacer con ellos. Los estudios de Hollywood no querían pagar los elevados costes para recuperar las copias y los exhibidores neozelandeses podían quemarlas, tirarlas a la basura o arrojarlas al océano. Como quisieran.
Pero Jack Murtagh era un tipo singular. Quizá fuera un visionario o quizá solo sufriera algo parecido al síndrome de Diógenes. El viejo proyeccionista de Hastings guardaba todo lo que caía en sus manos. «Era una urraca», resuelve Frank Stark, jefe del Archivo Cinematográfico de Nueva Zelanda.
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