Los medios digitales parecen infinitamente superiores por su capacidad de almacenamiento, reproducción y facilidad de uso. Hoy en día cualquier disco duro comercial puede alojar el contenido de una biblioteca. Pero son frágiles y relativamente efímeros: ninguno ha sobrevivido más de 50 años. En cambio, conocemos el mensaje plasmado en antiguas tablillas sumerias o en fragmentos de papiros egipcios milenarios.
“Los registros digitales se parecen más a la tradición oral que a los documentos convencionales”, opina Marc Weber, del Museo de Historia de la Computación en Mountain View, California. “Si no somos cuidadosos, nuestra época podría culminar como en la era del oscurantismo. Todos están produciendo materiales en formato digital, pero sin poner mucho esfuerzo en preservarlos”.
El volumen de información digital producido por la humanidad (295 exabytes, equivalente a 325 veces los granos de arena de las playas del mundo, según el cálculo reciente de Martin Hilbert en Science) plantea retos paralelos, como seleccionar qué se desea preservar y garantizar su autenticidad, pues cualquier persona puede editar un archivo electrónico que no esté cifrado o posea candados. “Esos temas no están totalmente resueltos; el marco legal no contiene esos referentes porque todavía hay mucho qué definir y qué pensar”.
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