Cientos de ciudadanos se han convertido en detectives privados de su pasado familiar. Quieren descubrir su árbol genealógico.
La genealogía ya no es sólo patente de nobleza. Que se lo digan a Ramón Fita, archivero diocesano de Valencia, quien no duda en hablar de "una avalancha de solicitudes" en las parroquias valencianas. Tanto es así, que la jerarquía eclesiástica aprobó hace un año un protocolo específico para estos casos: "los curas han de atender a esta gente, pero también han de seguir algunas prevenciones: no se puede dejar un libro sacramental a una persona para que se lo lleve a casa; o no se puede dejar a una persona sola consultando un libro parroquial sin vigilancia, porque podría arrancar una página o causar daños".
Hasta hace relativamente poco ésta era una práctica exclusiva de las familias de rancio abolengo; aquellas casas con ilustre ascendencia que necesitaban justificar su origen para conseguir un título nobiliario. Pero las cosas han cambiado. Lo cuenta Martín de Oleza, letrado experto en derecho nobiliario. "Hay gente que rebusca en sus orígenes por fortunas o intereses, que quiere sacar algo de provecho con esa investigación familiar. También hay mucha otra gente que quiere ser noble, que quiere tener un papelito que lo atestigüe para poderlo enseñar. Sin embargo, también hay personas, y cada vez más, que sienten la necesidad de conocer mejor sus orígenes sin ninguna ínfula de grandeza. Sólo quieren saber de dónde vienen. Y eso, creo yo, es una curiosidad innata al ser humano", afirma.
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