"Los archiveros vivimos en las mazmorras, pero rodeados de joyas".
Bajo la tarta modernista que es el edificio de la Sociedad General de Autores (SGAE) hay un discreto sótano donde se guardan las joyas. Están hechas de papel que huele a viejo y de notas musicales. Partituras originales y manuscritas de 1.700 zarzuelas que son "el tesoro de la casa", según su guardiana, María Luz González Peña, directora del centro de documentación y archivos de la SGAE.
Chapí es, junto al dramaturgo Sinesio Delgado, uno de los padres fundadores de la institución que nació en 1899 para proteger los derechos de los autores frente a los abusos de los editores, especialemente de Florencio Fiscowich que era quien se quedaba con todos los ingresos de las representaciones teatrales. "Fue toda una batalla", explica la archivera. "Los autores montaron una copistería y consiguieron tener la primera máquina litográfica por lo que servían antes a sus clientes".
Hoy la copistería es electrónica y el centro de documentación se dedica sobre todo a su función comercial, ya que se alquilan las obras a teatros y orquestas.
"Este archivo está sanísimo económicamente", asegura González que también resuelve asuntos más privados: una vez buscó la canción con la que se enamoró una pareja a petición de su hija que quería que una banda la tocase en sus bodas de oro. "Cuando llama alguien diciendo 'llevo años buscando tal cosa', les digo 'has llamado al sitio adecuado'... Me encanta buscar".
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Bajo la tarta modernista que es el edificio de la Sociedad General de Autores (SGAE) hay un discreto sótano donde se guardan las joyas. Están hechas de papel que huele a viejo y de notas musicales. Partituras originales y manuscritas de 1.700 zarzuelas que son "el tesoro de la casa", según su guardiana, María Luz González Peña, directora del centro de documentación y archivos de la SGAE.
Chapí es, junto al dramaturgo Sinesio Delgado, uno de los padres fundadores de la institución que nació en 1899 para proteger los derechos de los autores frente a los abusos de los editores, especialemente de Florencio Fiscowich que era quien se quedaba con todos los ingresos de las representaciones teatrales. "Fue toda una batalla", explica la archivera. "Los autores montaron una copistería y consiguieron tener la primera máquina litográfica por lo que servían antes a sus clientes".
Hoy la copistería es electrónica y el centro de documentación se dedica sobre todo a su función comercial, ya que se alquilan las obras a teatros y orquestas.
"Este archivo está sanísimo económicamente", asegura González que también resuelve asuntos más privados: una vez buscó la canción con la que se enamoró una pareja a petición de su hija que quería que una banda la tocase en sus bodas de oro. "Cuando llama alguien diciendo 'llevo años buscando tal cosa', les digo 'has llamado al sitio adecuado'... Me encanta buscar".
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