Una catástrofe nacional.
Asumimos que, por su propio interés, se ocuparán de almacenar, catalogar y preservar la música, sin olvidar todo lo generado por ella: portadas, contratos, fotografías...
Y no. Más bien, muchas compañías discográficas han destruido inconscientemente su patrimonio. Los traslados de Barcelona a Madrid, las absorciones por multinacionales, las mudanzas han tenido resultados catastróficos. Los archivos se dispersaron, fueron saqueados o terminaron en la basura.
¿Qué no seamos alarmistas? Las preguntas sobre los archivos rebotan contra un muro de silencio. Se dice que muchas compañías están haciendo un esfuerzo por reunir las grabaciones de los artistas más vendedores, aunque se usen soportes -disco duro, DVD- de incierta longevidad.
En otros casos, se aprecia un delito continuado de vandalismo cultural, fruto de una desidia inconcebible. Algunas discográficas españolas dejaban las cintas en depósito en estudios con los que trabajaban regularmente. Pero estos estudios se cierran y sus tesoros se evaporan. Perdón, esa metáfora resulta demasiado tibia: a veces, las cintas son víctimas de las mismas excavadoras que arrasan los edificios.
Al borde del abismo, las angustiadas discográficas exigen hoy consideración de agentes culturales. Lo son, pero algunas todavía necesitan demostrar que entienden el concepto de custodia del patrimonio.
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Asumimos que, por su propio interés, se ocuparán de almacenar, catalogar y preservar la música, sin olvidar todo lo generado por ella: portadas, contratos, fotografías...
Y no. Más bien, muchas compañías discográficas han destruido inconscientemente su patrimonio. Los traslados de Barcelona a Madrid, las absorciones por multinacionales, las mudanzas han tenido resultados catastróficos. Los archivos se dispersaron, fueron saqueados o terminaron en la basura.
¿Qué no seamos alarmistas? Las preguntas sobre los archivos rebotan contra un muro de silencio. Se dice que muchas compañías están haciendo un esfuerzo por reunir las grabaciones de los artistas más vendedores, aunque se usen soportes -disco duro, DVD- de incierta longevidad.
En otros casos, se aprecia un delito continuado de vandalismo cultural, fruto de una desidia inconcebible. Algunas discográficas españolas dejaban las cintas en depósito en estudios con los que trabajaban regularmente. Pero estos estudios se cierran y sus tesoros se evaporan. Perdón, esa metáfora resulta demasiado tibia: a veces, las cintas son víctimas de las mismas excavadoras que arrasan los edificios.
Al borde del abismo, las angustiadas discográficas exigen hoy consideración de agentes culturales. Lo son, pero algunas todavía necesitan demostrar que entienden el concepto de custodia del patrimonio.
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