La Fundación Cela enmohece.
La tercera vez que una inundación puso en peligro la sala de los manuscritos de la Fundación Cela, en Iria Flavia, fue en julio. Saltó la alarma de la cámara blindada y todos los originales (en puño y letra del autor, que nunca tocó una máquina de escribir) tuvieron que ser evacuados. La fundación presume de que ningún otro escritor, en todo el planeta, tiene agrupada bajo un mismo techo la colección al completo de sus manuscritos.
Los ex trabajadores aseguran que la piedra de la sala, muy degradada, se desescama sobre los escritos. Aportan fotos que evidencian la suciedad y el descuido. La capa de polvo engorda y aseguran que el legado está "amenazado por los xilófagos".
Libros, recuerdos del Nobel y cuadros de su colección se almacenan hacinados, muchos sin inventariar. Hay un miró en un baño, y pinturas muy valiosas (incluidas dos tablas del siglo XIII) sobre radiadores que alcanzan los 65 grados. El gerente se escuda en que "fue Cela quien decidió dónde quería cada cosa". La casa está entre dos ríos. Para combatir la humedad, el gerente ordenó forrar con plástico el reverso de los lienzos, una medida barata para tiempos difíciles. Pero el remedio, según los denunciantes, fue peor que la enfermedad: ahora sufren por la condensación.
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La tercera vez que una inundación puso en peligro la sala de los manuscritos de la Fundación Cela, en Iria Flavia, fue en julio. Saltó la alarma de la cámara blindada y todos los originales (en puño y letra del autor, que nunca tocó una máquina de escribir) tuvieron que ser evacuados. La fundación presume de que ningún otro escritor, en todo el planeta, tiene agrupada bajo un mismo techo la colección al completo de sus manuscritos.
Los ex trabajadores aseguran que la piedra de la sala, muy degradada, se desescama sobre los escritos. Aportan fotos que evidencian la suciedad y el descuido. La capa de polvo engorda y aseguran que el legado está "amenazado por los xilófagos".
Libros, recuerdos del Nobel y cuadros de su colección se almacenan hacinados, muchos sin inventariar. Hay un miró en un baño, y pinturas muy valiosas (incluidas dos tablas del siglo XIII) sobre radiadores que alcanzan los 65 grados. El gerente se escuda en que "fue Cela quien decidió dónde quería cada cosa". La casa está entre dos ríos. Para combatir la humedad, el gerente ordenó forrar con plástico el reverso de los lienzos, una medida barata para tiempos difíciles. Pero el remedio, según los denunciantes, fue peor que la enfermedad: ahora sufren por la condensación.
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