Marichalar y los cd´s de los Borgia.
La presentación de la digitalización del Archivo Secreto Vaticano de los documentos de los Borgia (Calixto III y Alejandro VI) se ha visto eclipsada por la presencia de Jaime de Marichalar. El Duque de Lugo es presidente de la Fundación AXA-Winterthur, mecenas en la realización de las imágenes.
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La presentación de la digitalización del Archivo Secreto Vaticano de los documentos de los Borgia (Calixto III y Alejandro VI) se ha visto eclipsada por la presencia de Jaime de Marichalar. El Duque de Lugo es presidente de la Fundación AXA-Winterthur, mecenas en la realización de las imágenes.
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6 comentarios:
Gracias Miguel por estar al tanto y avisarme de que había metido en el post. Es que Marichalar me confunde... jeje
Ni se merecen, ni eran necesarias. Entre Marichalar, que generó un término de nuevo cuño, los marichalazos, -término que seguramente ninca entrará en el Diccionario de la RAE- y el ¿impresionante? ¿impactante? ¿magistral? ¿llamativo? correo que apareció hoy en Arxiforum, creo que todos estamos algo confundidos...
¿Podríais dar alguna pista sobre el contenido de tan llamativo correo para los que no tenemos acceso a Arxiforum?
Gracias y enhorabuena por el blog.
No me atrevo a dar pista alguna sobre tan llamativo correo. Lo he leído una, dos, tres, cuatro, cinco veces... No podría precisarlo. El contenido puede compartirse de forma total o parcial, pero lo que sí no cabe duda es que da gusto leerlo porque está escrito por alguien que sabe expresarse ¡como los ángeles! (por no decir como otra cosa más elevada)
Para leer ese correo -un placer, en mi opinión-, tan sólo hay que darse de alta en ARXIFORUM -cosa más que recomendable no sólo por el correo en cuestión- aquí:
http://www.rediris.es/list/info/arxiforum.es.html
Y entre anuncios de cursos varios, cursillos, masters, y temas que interesan más o menos, a veces se encuentra uno con mensajes en los que se hace gala de un dominio del lenguaje fuera de lo común, como este de D. Eduardo Gómez-Llera García-Nava, titulado Apoyo a Antonio González Quintana, y que lleva fecha 20 de noviembre de 2007.
En fin, que yo al menos lo leí, y lo releí -hoy lo he vuelto a leer- con una sana envidia hacia alguien que, repito, tiene un dominio del lenguaje extraordinario, y al que -dicho sea de paso por si se advirtiesen unas flores en mis palabras- no conozco, ni tengo trato.
Aquí va el mensaje de Arxiforum
Apoyo a Antonio González Quintana
Dos semanas de vacaciones fuera de España me han impedido dedicar antes estas letras a un amigo, Antonio González Quintana, a quien me unen una marcha profesional muchas veces coincidente, algunas aficiones y, sobre todo, la amistad que despierta su calidad de buen hombre. Solo nos separa una ideología que sabemos respetarnos mutuamente.
He estado perplejo este tiempo atrás ante las peripecias de su situación personal en el Ministerio de Cultura. He visto cómo se le intranquilizaba con todo tipo de triquiñuelas para desencuadrarle, y de modo muy especial y acelerado, tras su participación en la famosa comisión dictaminadora del trasvase de fondos Salamanca-Barcelona, su posterior renuncia a la Subdirección General de Archivos y a la dirección del Archivo de Alcalá, y sobre todo y espectacularmente, después de un sonado artículo en ABC en que narraba la utilización por el gobierno del dictamen de la comisión para propósitos para los que inicialmente no había sido pedido. Se ha visto con mal gesto y se le ha dificultado que participara en encuentros sobre cuestiones archivísticas dentro de España o en el extranjero –él cuenta con amplio prestigio en Iberoamérica-, se le ha regateado su profunda y amplia presencia en el mundo de los archivos, le han criticado
incluso pseudocompañeros “de arribada”, seguidores del viento dominante, a los que había tratado antes con una delicadeza que a la vista de su falta de lealtad no merecían… Y todo, en fin, ha culminado cuando en el último concurso de traslados la organización no ha podido encontrarle un puesto correspondiente a su nivel y lo ha estacionado en funciones sin relieve. Las interioridades de este proceso, que conozco con cierto detalle, prefiero callarlas.
Y mi pregunta, que me repito día a día, es esta: ¿Cómo la organización no ha podido subirlo a su tren cuando ha contado con todo individuo que pasara por la calle a la hora del bocata? Que yo sepa, no ha despreciado a funcionarios de implantación o procedencia vertical, no seleccionados en el plano de una oposición entre iguales, ni a pretendidos archiveros que no distinguen el Consejo de Castilla del Trío de los Panchos, ni a los matriculados en determinados ciclos cuyo programa moldea curiosamente el temario de las oposiciones de archiveros –nada tengo contra ellos, que bastante hacen con machacarse los temas absurdos que se les imponen-, ni a directores de archivos de tan impactante presencia en los foros que dividen a los asistentes entre la hilaridad convulsa y el sonrojo, ni a los que concursan en la provisión de puestos por sugerencia ajena y sólo por jorobar a otro que más lo merece, ni a los predeterminados por perfiles tan
sorprendentes como el de Rosi de Palma… En conclusión, no existe humano, de tales o cuales prendas –o de su falta- que no venga a pelo, si no es Antonio Gonzalez Quintana.
¿Qué es lo que ha separado a este excelente amigo del hacer del Ministerio? No puede ser un problema de formación, puesto que Antonio domina una serie de campos que las nuevas oposiciones de archivos exigen. En la actualidad se elevan a un ámbito teórico, demostrable en las pruebas de acceso en ejercicio oral, materias que son eminentemente prácticas y que Antonio maneja dentro de una amplitud equilibrada. La organización se empeña hoy en reclutar personas de escuetitos conocimientos histórico-administrativos, y fuertes en la práctica de un documentalismo trivial, de secretaría de dirección, y en técnicas nacidas a la sombra de la Informática, para manejar los fondos cuantiosos que los archivos conservan jugando a los marcianitos. Todo se orienta a la difusión, y la organización no solo no se plantea cómo los documentos llegarán a describirse por sí solos, sino que es incapaz siquiera de reconocer que lo que ahora está difundiendo
no es más que el fruto del seguimiento y descripción que durante años y años han llevado a cabo los archiveros. No quiero con esto afirmar que no existan personas de probada inteligencia conformando y manejando los medios que brindan los ordenadores, porque de hecho las conocemos, y Antonio González Quintana es una de ellas; pero sí aseguro sin reservas, a la vista de lo visto en mis años y ahora con especial profusión, que no hay tonto al que no le guste la informática, y que si en su afición puede ser absorbido por el constante y vertiginoso consumo de nuevos programas y aplicaciones, mejor que mejor. Así, el planteamiento actual, con claro desequilibrio entre conocimientos fundamentales y herramienta práctica, me hace cuando menos sospechar que el calado de quienes llevan este carro es más bien superficial, porque aspectos cruciales y acuciantes de los archivos, como son la falta de espacios - ¡qué no me vengan con que el día de
mañana se habrá podido sustituir todo el papel, con la integridad de funciones que presta, por registros informáticos!- la realización de valoraciones documentales con fines de expurgo, que exigen un conocimiento técnico muy profundo, el problema espinoso del acceso, la identificación y descripción de series…etc., están ahora empantanados. Como ejemplo, lograr en estos momentos de la maquinaria del ministerio la autorización de un expurgo o la regulación clara y precisa del acceso a través de un reglamento como Dios manda, distinguiendo entre la consultabilidad de un expediente sancionador o de la partitura de “Paquito el Chocolatero”, o entre la destrucción del tratado de Utrecht y la de una sota de copas, no deja de ser una fantasía morisca.
Yo le he dado muchas vueltas al asunto y he considerado que si Antonio se defiende a la perfección con los nuevos útiles, si ha sido capaz de digerir el sistema archivístico de la OTAN, si alcanza a reglamentar sistemas de archivos –como el de Defensa- si es persona de prestigio aquí y allá, si se ha distinguido en la denuncia de la destrucción de fondos documentales de minorías étnicas, si es capaz de sacar del Archivo del Tribunal de Cuentas informaciones inesperadas, si estaba capacitado para desempeñar la Subdirección General de Archivos o la dirección del AGA, si ha sido un excelente gestor del Archivo de Guerra Civil (el Centro de la Memoria de los cursis actuales), si puede, en conclusión, echar sobre sus hombros todo esto, ¿qué le imposibilita ser encuadrado en la Administración actual de Archivos?, ¿qué ha hecho para estar tan combatido?
Yo, por mi parte he llegado a una conclusión: el elemento diferenciador es su propia consecuencia. Es decir, el ejercer la honradez consigo mismo y no tragar con el cambalache. En esa estructura moral y esa convicción denunció en la Prensa el estiramiento del dictamen de la Comisión para enmascarar una cesión de documentos privados -más allá de la devolución de los oficiales de la Generalidad, en los años de la República y la Guerra, que él apoyaba- al gobierno de Barcelona, cesión que estaba basada en el trapicheo político. Y, persona honrada de izquierdas, se ha hecho con ello acreedor a un trato de desertor o traidor al ministerio de izquierdas que quería disimular el trasvase abusivo tapándose con el cobertor del dictamen cuando lo cierto es que a él, como a otros miembros de la Comisión, se les pidió dictaminar sobre otra cosa y se les puso en la tesitura de elegir entre la fidelidad al criterio propio, revelando el engaño, y
el trapisondismo político de conveniencia, callando como mudos. Antonio González Quintana optó por actuar conforme a sí mismo y denunciarlo, mientras otros prefirieron seguir la corriente política favorable. El ministerio le ha aplicado la máxima “Roma no paga traidores”, pero ha alardeado de falsa dignidad, porque la frase completa debe ser: “Roma no paga traidores, pero premia a los oportunistas que tragan con sus enjuagues”).
La consecuencia es el factor diferenciador. Parafraseando a Schopenhauer en un alegato sobre el talento, la consecuencia con uno mismo es una virtud que siempre pasa desapercibida a los que carecen de ella.
Antonio, todos los malos tiempos pasan.
Eduardo Gómez-Llera
Gracias Anónimo por transcribir el correo. También a Miguel por su opinión.
Resulta desalentador ver como quedan relegados los principios propios de la profesión por los trapicheos políticos de turno. Y más, con lo desagradable de este caso. Cuando había la oportunidad de haber mostrado a la sociedad (por la relevancia que tomó el asunto en los medios) el trabajo y la misión que desempeñan los archivos, éstos, finalmente, han quedado como meros objetos arrojadizos entre administraciones y como punta de lanza de ideologías trasnochadas. Una verdadera pena... Espero que la archivística no se resienta en el futuro de tales fechorías. Iniciativas como la de este blog ayudarán, sin duda, a que no suceda así.
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