Los libros buscan su grial.
La Biblioteca Menéndez Pelayo (Santander) espera un convenio con el Ministerio de Cultura que verifique el buen estado de conservación de sus fondos.
«Las amenazas más comunes que sufren este tipo de libros suelen ser mohos microscópicos y termitas bibliófagas. Otro peligro es la humedad, que hace que la tinta pueda oxidarse y corroer el papel hasta agujerearlo. Además, las tintas que son muy licuadas se pueden decolorar hasta perderse sobre las páginas», explica Fernández Lera que junto a Andrés del Rey Sayagués se encargan de conservar el tesoro bibliográfico que posee la capital cántabra en las entrañas del centro de la ciudad. Sus armas con la limpieza y ventilación, y una vigilancia constante: «Hay que limpiar los ejemplares con cepillos muy suaves, y darles aire con un secador a una temperatura muy suave, colocar bolas de humedad en sitios estratégicos y estar pendiente de la temperatura y la humedad». Todo, con el fin de evitar que los libros, de hasta 500 años de antigüedad, puedan ser víctimas de organismos microscópicos que hagan trizas sus valiosas páginas.
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La Biblioteca Menéndez Pelayo (Santander) espera un convenio con el Ministerio de Cultura que verifique el buen estado de conservación de sus fondos.
«Las amenazas más comunes que sufren este tipo de libros suelen ser mohos microscópicos y termitas bibliófagas. Otro peligro es la humedad, que hace que la tinta pueda oxidarse y corroer el papel hasta agujerearlo. Además, las tintas que son muy licuadas se pueden decolorar hasta perderse sobre las páginas», explica Fernández Lera que junto a Andrés del Rey Sayagués se encargan de conservar el tesoro bibliográfico que posee la capital cántabra en las entrañas del centro de la ciudad. Sus armas con la limpieza y ventilación, y una vigilancia constante: «Hay que limpiar los ejemplares con cepillos muy suaves, y darles aire con un secador a una temperatura muy suave, colocar bolas de humedad en sitios estratégicos y estar pendiente de la temperatura y la humedad». Todo, con el fin de evitar que los libros, de hasta 500 años de antigüedad, puedan ser víctimas de organismos microscópicos que hagan trizas sus valiosas páginas.
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