Otro caso más, a este paso voy a tener que abrir una sección sobre "mangantes famosos". Un veterano archivero de Nueva York robó y subastó en internet diversos documentos históricos para pagar las facturas de su casa. Aunque se desconoce cuántos consiguió vender en internet, se han podido recuperar unos 263 documentos. Lorello, de 54 años, admitió entre otras la venta del "Davy Crockett's Almanaque", de 1835, por 3.200 dólares. Los empleados públicos con acceso a los archivos deben ser sus protectores y no abusar de su poder para beneficio personal.
1 comentario:
Qué vergüenza... En fin, supongo que todos conocemos casos, bien por los medios de comunicación, bien porque tenemos sospechas de algún trabajador -sea del tipo que sea-, bien porque lo sabemos fijo-fijo, o porque nos contaron y demostraron que alguien hacía caja con los documentos del lugar en el que trabajaba.
Un caso que conozco fijo-fijo, al que no se pueden poner nombres, que tal vez así los descendientes y receptadores devuelvan algo en un futuro y no hagan con los documentos una hoguera para proteger el honor -es un decir- de su antepasado.
Entre 1958 y 1960 un bibliotecario se ocupó de cierto archivo en algo así como una comisión de servicio; la plaza salió a oposición y la ganó otra persona. Me consta que el bibliotecario antes de salir del archivo -en el que no consta que firmase un solo IDD, y sí que se dedicó a investigar- se llevó un buen número de documentos. De algunos medievales publicó su transcripción con fotografía incluida, y tuvo el cuajo de añadir "al parecer ahora está perdido". De otros que no estaban controlados, simplemente no indica la procedencia. Uno de los documentos robados, le sirvió para hacer un plagio y publicarlo, etc.
Cuando este bibliotecario se vio en apuros vendió, tanto documentos de la biblioteca en la que trabajaba -lo de trabajaba también es un decir- como los que había robado en el archivo. Lo más triste del caso es que a día de hoy, una institución cultural lleva su nombre, tiene fama de haber sido perseguido por el franquismo, aunque no se dice que en realidad le abrieron un expediente de inactividad, que ya es difícil que en la Administración abran un expediente por vago, pero es que esta joya no pisaba la biblioteca, se dedicaba a sus actividades privadas, y tenía a un señor empleado por él en su despacho al que pagaba de su bolsillo por llevarle la gestión administrativa de la biblioteca; lo más triste, digo, es que los documentos siguen en manos privadas, que no desmienten haberlos comprado -librero de viejo por medio- a este impresentable.
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