La historia comienza cuando un joven astrónomo embala ciudadosamente dos cajas con placas de vidrio, las carga en una mula y las envía desde su puesto de observación en los Andes... hasta el Harvard College. Luego se fueron sumando otras placas fotográficas a este archivo, que actualmente ocupa tres plantas y que va a ser digitalizado. Un bonito relato con final feliz que ha publicado el New York Times.
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